El COVID-19 ha sido un tsunami que se ha llevado por delante muchas de las certezas y de los logros que considerábamos consolidados
Tres miradas. Tres experiencias. Tres análisis. José Miguel Ayerza, director general de ADEGI y vicepresidente de la Comisión de Trabajo para el Plan Estratégico, Pilar Lekuona, presidenta del Colegio Oficial de Enfermería de Gipuzkoa (COEGI) y vicepresidenta del Consejo Social y Daniel Zulaika, actual presidente del Consejo Social, hablan sobre los efectos, aprendizajes y futuro post-Covid 19.
-¿Cuáles son los efectos de la crisis generada por el COVID-19? ¿Qué capacidad de respuesta estamos teniendo?
JM.A.: Seguramente la contestación es muy obvia. Se trata de una situación inédita en nuestras vidas, con el cierre casi total de nuestras actividades durante dos meses.
Además del coste en vidas que todos conocemos, sus efectos económicos son cuantiosos, históricamente no vistos desde la guerra civil o la 2ª guerra mundial. Además del efecto de estos dos meses de confinamiento sobre el conjunto de empresas, autónomos, profesionales, etc va a haber sectores para los que las consecuencias se van a alargar mucho más (comercio, hostelería, servicios personales y recreativos) y se puede transformar en una crisis profunda.
Conocemos aproximadamente los efectos que hemos acumulado en estos dos-tres meses pero somos incapaces de prever que puede pasar en el resto del año, las incertidumbres son enormes.
Confiamos en que a la crisis de oferta no siga una de demanda y que la recuperación pueda ser rápida. La estructura productiva está intacta y dispuesta para recuperar la normalidad (lo que no ocurre con la destrucción que provoca la guerra o con la última crisis de 2008 donde el sector financiero necesitó reestructurarse).
En relación con la capacidad de respuesta, consideraría cuatro ámbitos:
-El sistema de vigilancia de salud pública que ha fallado en anticiparse a la expansión de esta epidemia.
-El propio sistema de salud que se ha empleado a fondo, muchas veces con pocos medios, para luchar contra las consecuencias de la misma sobre la población.
-La reacción en la toma de medidas económicas para evitar el primer impacto del cierre de las empresas, que creo que ha sido adecuado y principalmente con la flexibilidad para adoptar ERTEs, pero también con las medidas de liquidez desde los diferentes ámbitos (Elkargi-ICO, Hacienda,…) van a permitir un mayor mantenimiento de las empresas y el empleo.
-La reacción ciudadana, que está siendo ejemplar.
P.L.: Ha evidenciado las áreas de mejora que creíamos tener controladas, tanto en lo referente a recursos humanos como materiales. Ha puesto además de manifiesto que la salud está por encima de todo y que las capacidades de nuestros profesionales sanitarios han estado por encima de toda cuestión política.
La crisis ha puesto además ‘en jaque’ todos nuestros recursos. En el sector sanitario y sociosanitario hemos fallado en lo más básico que es el material de protección fundamental que, estoy convencida, será una de las cuestiones más fáciles de responder en caso de que se produzca una nueva crisis de estas características; así como los test de detección, puesto que son dos herramientas que criban los contagios.
Las y los profesionales sanitarios hemos estado muy expuestos y el déficit por contagio ha puesto de relieve la falta de ratios de Enfermería en todos los ámbitos de la profesión, a lo que se suma que también exponíamos a nuestros familiares y compañeros dada la carga viral del coronavirus.
Además, fruto de esta cercanía con los pacientes ha hecho que hayamos sido el puente con los dramas y duelos de las familias lo que, junto con el estrés y el cansancio por la gran incertidumbre que teníamos frente a la covid-19, ha puesto a prueba nuestra fortaleza psicoemocional de una manera nunca antes conocida en nuestras vidas.
Por último, la crisis deja de manifiesto que las organizaciones tienen que hacer mucho por los profesionales; la deshumanización vivida en muchos servicios no se puede volver a repetir. Hacen falta líderes y expertos en la toma de decisiones con respecto a los protocolos, que deben ser consensuados y adaptados a las realidades de cada servicio. Se debe contar con ellos.
Por otro lado, gracias a los profesionales, que están altamente cualificados en cuanto a conocimientos y a habilidades personales y de empatía hacia la ciudadanía, la capacidad de respuesta creo que jamás será lo suficientemente reconocida.
Además, el profesional ya se está preparando para lo que venga. Sabemos mucho más de lo que sabíamos hace dos meses porque creo que esa falta de seguridad que hemos vivido será una de los aspectos que va a estar más controlado.
D.Z.: El COVID-19 ha sido un tsunami que se ha llevado por delante muchas de las certezas y de los logros que considerábamos consolidados, como el control de las enfermedades infecciosas, y que ha dejado en evidencia la vulnerabilidad de los seres humanos. Pero también nos ha dejado una extraordinaria respuesta de la ciudadanía. El comportamiento de las y los sanitarios, en condiciones en ocasiones espeluznantes y pagando un alto precio personal, ha sido merecedor del aplauso de todos y todas. Pero también la actitud de los profesionales de las residencias de ancianos, de las farmacias, de los supermercados, los policías, los repartidores a domicilio y de muchos otros que han dado lo mejor de sí mismos. Y, cómo no, el esfuerzo de los padres, madres y niños que han permanecido en casa durante dos interminables meses. Creo que nuestra sociedad en conjunto ha dado un ejemplo de capacidad de sufrimiento y de disciplina encomiables. Zorionak.
-¿Qué hemos aprendido de esto?
JM. A.: Estamos aprendiendo que existen fenómenos sobre los que tenemos muy poca capacidad para prever, pero con un gran impacto en nuestras vidas, lo que se ha denominado ‘cisnes negros’. Ahora ha sido una emergencia sanitaria, pero mañana puede ser un ciberataque, un desastre natural o algo que no tenemos dentro del radar.
Y para tener una cierta capacidad de reacción y minimizar su impacto sobre el bienestar social es necesario:
Un elevado grado de flexibilidad en todos los niveles: en las empresas, administraciones, sistema educativo, sanidad, etc para lo que es necesario dialogo, acuerdos, legislación suficientemente cercana a las personas y flexible para dar cobertura a los acuerdos que en cada caso sean precisos (como hemos visto ahora con los ERTEs por ejemplo).
Invertir en sistemas de alertas tempranos y anticipación a estos fenómenos. La visión cortoplacista nos ha llevado tradicionalmente a prescindir de estos sistemas porque son caros, pero ¿Cuánto valdría haber tenido la información precisa para haber actuado una semana antes? Pongamos un valor e invirtamos un 5% de esta cantidad.
La necesidad de una salud financiera en todos los niveles (familia, empresa, país) para poder acometer en cada caso las inversiones y gastos necesarios para hacer frente a estos fenómenos.
P.L.: Que la coordinación entre los comités de crisis y los profesionales expertos es fundamental.
Que las nuevas tecnologías deben de desarrollar sistemas de detección más ágiles y rápidos.
Que la parte humana en los cuidados es fundamental y que la forma de abordar una pandemia de este calado es la suma de los conocimientos, habilidades y herramientas humanas. Que reforzar a los equipos y realizar una prevención en todos los sentidos evitaría la mala praxis y el sufrimiento con el que se ha llevado el día a día de esta crisis; y, por supuesto, que el reconocimiento ayuda siempre.
Hemos aprendido que la ciudadanía con instrucciones concretas y claras responde de manera responsable y cívica, aún a consta de todo lo que ha tenido que perder por el camino: familiares, trabajos, clases y un gran etcétera que está por ver.
D.Z.: Fundamentalmente dos cosas. En primer lugar nos ha hecho ser conscientes de la situación en que se encuentran las residencias para personas mayores y de las áreas de mejora. Y no es tarea baladí. Por otra parte, nos ha hecho conscientes del valor de la sanidad pública y de los profesionales sanitarios que, con medios escasos, nos han protegido de males mayores. También hemos constatado que no estábamos preparados para una catástrofe de este tipo. A partir de ahora, aparte de seguir adoptando medidas preventivas, tenemos que reflexionar sobre lo que ha pasado, dónde ha fallado el sistema y qué tenemos que hacer para que no vuelva a ocurrir.
-¿Cómo se plantea el futuro tras el COVID-19?
JM. A.: Hay quien dice que toda nuestra vida cambiará y quien dice que pasados estos meses seguiremos igual.
Probablemente nuestros comportamientos estarán entre ambos extremos en el medio plazo y que a más largo plazo volvamos a nuestra tendencia y es posible que esto se recuerde como anécdota.
A corto plazo va a haber algunos comportamientos que cambien. Seguramente vamos a valorar más algunas cosas cotidianas que antes dábamos por aseguradas, un mayor valor de lo local, de las relaciones personales.
Otra de las cuestiones que parece que ha dado un salto por encima de algunas de nuestras resistencias es el avance de la digitalización: reuniones, compras, trámites,… Creo que para bien, vamos a ahorrar tiempos de desplazamiento y un menor impacto ambiental al combinar más este tipo de actividades en nuestra vida diaria. Y esto va a mejorar nuestra productividad, el contacto más frecuente, nuestra formación.
En otro ámbito, es probable que se produzca un cierto reajuste en el fenómeno de la globalización y que se apueste por mantener algunos sistemas o producciones críticos más cercanos.
Y en otro orden de cosas, el endeudamiento para salir de esta situación va a ser cuantioso. En definitiva, lo van a pagar nuestros hijos o nietos, por lo que ya de partida los estamos empobreciendo. Por ello, creo que debemos de cuidar a estas generaciones que ya han tenido más difícil encontrar un trabajo en este ámbito de ofrecer oportunidades de empleo para todos.
P.L.: Un futuro adaptado a la nueva realidad en la sociedad, las empresas y las organizaciones. La pandemia ha afectado a todas las esferas de la sociedad, a la sanidad, a la educación, a la economía de todos y la recuperación será muy lenta puesto que mientras no haya un remedio para el Covid-19 el riesgo del rebrote está ahí.
Y por otro lado, en lo que respecta a la profesión de Enfermería, el futuro se plantea con el ánimo y la oportunidad que nos ha brindado esta pandemia para darnos cuenta de que el futuro de los cuidados profesionales basados en evidencia está liderado por los profesionales de la Enfermería y que tenemos que ser capaces de asumir esos retos sin miedo porque para ello nos hemos formado.
Hay que seguir desarrollando el potencial de conocimientos y la constancia de seguir reclamando el reconocimiento y nuestro sitio en todos los estamentos donde se tomen las decisiones que afecten a la ciudadanía. En este sentido vamos a ser perseverantes.
Y todo ello en colaboración y coordinación con todos los profesionales que prestan servicio a toda la población. El que todos multipliquemos esfuerzos es lo que hace que, aún de las peores situaciones, se salga hacia delante.
D.Z.: Una vez superada la fase aguda de la epidemia, en primer lugar tenemos que hacer frente a una situación económica muy difícil cuyas consecuencias se van a extender a lo largo de meses y años. En otoño tendremos un nuevo reto con la vuelta a los colegios. Nadie sabe si habrá más brotes y de haberlos cómo serán, si COVID-19 se convertirá en estacional. Y tendremos que acostumbrarnos a cambios en nuestras vidas que eran inimaginables hace solo dos meses.
Pero la buena noticia es que toda la ciencia mundial está trabajando duramente en el desarrollo de nuevas armas diagnósticas y terapéuticas. Irán apareciendo test más sencillos y rápidos de hacer que nos darán una gran seguridad para tomar decisiones y para protegernos. Nuevos tratamientos antivirales seguirán incorporándose al arsenal terapéutico. Incluso es posible que una o varias vacunas aparezcan en los próximos meses. En suma, creo que tenemos que esperar lo mejor, pero estar preparados para lo peor.