Sigamos con datos que nos ayuden a dimensionar la situación. En los próximos veinte años, el número de personas mayores dependientes crecerá anualmente un 5%. Y no sólo debido al envejecimiento de la población sino también a factores como la mayor esperanza de vida, o el aumento en la prevalencia de las enfermedades neurodegenerativas consecuencia de un patrón de vida moderna marcado por un mayor sedentarismo, una peor alimentación y unos mayores niveles de estrés. Al mismo tiempo, es un hecho que el 80% de estas personas hacen realidad su deseo de permanecer en su casa cuidadas por sus familias, junto a sus seres queridos, su entorno de vecinos y amistades y en definitiva en su espacio vital. Y ello es posible porque afortunadamente (subrayo de manera efusiva) vivimos en una sociedad en la que devolver a las personas mayores todo lo que nos han aportado, justo cuando más lo necesitan y más frágiles se encuentran, es asumido en general como un deber personal y familiar debido a una enraizada cultura familiar del cuidado.
También es cierto que si nos proyectamos más allá de 2035, esta situación irá cambiando debido a factores generacionales y socioculturales como el descenso en el número de hijos por pareja, el creciente índice de divorcios, la masiva incorporación de la mujer al mercado laboral o la mayor movilidad geográfica entre otros aspectos, factores que irán haciendo disminuir progresivamente el ratio de familiares con posibilidad o deseo de cuidar en relación al número de personas mayores dependientes. Hoy por hoy ese ratio se sitúa en 8/2 (ocho potenciales personas cuidadoras familiares por cada dos personas mayores dependientes) y en 2050 el ratio será justo el inverso, 2/8 (dos potenciales personas cuidadoras familiares por cada ocho personas mayores dependientes).