Donostia, ciudad de cine, ciudad de ciencia
En pleno corazón de Donostia, enfrente del Teatro Victoria Eugenia y junto al río Urumea, aparecen cada año en septiembre carteles que abren ventanas a otros mundos. Son los anuncios de las películas que visitarán la ciudad con motivo del Festival de Cine y su llegada forma ya parte del paisaje donostiarra al comienzo del otoño. Estos anuncios, más de tres, en el centro de San Sebastián y no en las afueras de Ebbing, Missouri, son una especie de ritual anual y también un recordatorio de uno de los elementos identificativos de la ciudad. Donostia es una ciudad de cine. Como tal la reconocemos localmente y como tal es percibida en el exterior. La espectacular labor del Zinemaldia, unido al espléndido trabajo de otras instituciones (Filmoteca Vasca, Donostia Kultura, Tabakalera) y a la reciente aparición de la Escuela de Cine Elías Querejeta, han contribuido a la proyección internacional de esta imagen, pero también al fomento de una cinefilia que permea la ciudad.
El cine, como manifestación de la creatividad intelectual humana, pasada y presente, forma parte integral de la cultura y, como tal, es uno de los elementos vertebradores de nuestra personalidad, individual y colectiva. La cultura, la educación, el conocimiento, nos permiten aprehender el mundo que nos rodea y desarrollar sociedades más amables y justas.
Existe, sin embargo, otra manifestación de la creatividad intelectual humana, pasada y presente, que forma parte integral de la cultura, y cuya presencia en Donostia pasa más desapercibida o es menos conocida, a pesar de que su impacto y proyección internacional son tan importantes como los de la actividad cinematográfica: la ciencia. Donostia es una ciudad de ciencia.
Allá por el año 2000, en el discurso realizado con motivo del acto de entrega de la Medalla de Oro de la ciudad de San Sebastián, Pedro Miguel Etxenike, Presidente del Donostia International Physics Center (DIPC), decía que “con el esfuerzo de muchos, se está configurando en San Sebastián un pequeño núcleo científico-tecnológico. A mí me gustaría que entre todos pusiésemos unos buenos cimientos para que, en un futuro que deseo no muy lejano, San Sebastián, que ya tantas cosas excelentes tiene, sea conocida como una ciudad de ciencia y tecnología, como una ciudad del conocimiento que alcanzase el reconocimiento internacional.”
Veinte años después, este deseo, casi una profecía visionaria en aquel momento, es una realidad. Ese pequeño núcleo científico-tecnológico que se gestaba en el año 2000 se ha transformado en una tupida red de instituciones y centros que realizan investigación científica de alto nivel en disciplinas muy variadas. En Donostia se ubican universidades investigadoras, centros de excelencia del Departamento de Educación del Gobierno Vasco (centros BERC), centros de investigación cooperativa del Departamento de Competitividad del Gobierno Vasco (centros CIC), centros tecnológicos e institutos biosanitarios de investigación. Varios de ellos han sido distinguidos con el sello de excelencia del Ministerio de Ciencia e Innovación (Programa Severo Ochoa / Ramiro de Maeztu). Solo Madrid y Barcelona, con una población y peso económico inmensamente mayor, tienen más centros Severo Ochoa / Ramiro de Maeztu que Donostia. Existen además numerosas empresas, en la ciudad o repartidas por Gipuzkoa, que apuestan por la investigación como herramienta competitiva o que construyen componentes de alta precisión en el exigente mundo de la industria de la ciencia. En términos económicos, el sector privado supone aproximadamente la mitad de la I+D donostiarra.
Según datos del EUSTAT, en el año 2018 había en San Sebastián más de 4000 puestos de trabajo (EDP, es decir, el equivalente a dedicación plena) englobados en el concepto general de investigación y desarrollo (I+D). Esto equivale a decir que hay unos 22 investigadores por cada 1000 habitantes en la ciudad, un número muy alto. Aunque este valor no sea directamente comparable con el índice equivalente para países, por la habitual concentración de los centros de investigación en zonas geográficas, sirva como referencia aquí que el país con mayor proporción de investigadores entre su población es Israel (8 investigadores por cada mil habitantes), seguido de Dinamarca, Suecia y Corea del Sur (7.9, 7.6 y 7.5, respectivamente). A este personal específicamente dedicado a investigación, habría que añadir el personal de apoyo y servicios. El gasto total dedicado a actividades de I+D en Donostia fue de 226 millones de euros en 2017. Esta cifra supone aproximadamente un 2.5% del PIB donostiarra, un porcentaje superior a la media vasca (1.9%), española (1.2%) o europea (2%) en el 2017, aunque aún inferior a la de países como Japón o Alemania, que dedican más de un 3% de su PIB a I+D.
El peso económico de la ciencia en Donostia es por tanto muy relevante, tanto por su impacto directo como indirecto. Un tejido investigador potente genera además un terreno fértil en el que pueden desarrollarse nuevas iniciativas empresariales con base científico-tecnológica, un componente probablemente imprescindible para nuestra economía en un futuro próximo.
Es sorprendente que este ecosistema científico se haya creado en San Sebastián en tan solo veinte años. Y, sobre todo, es sorprendente su solidez y productividad, muy lejos de las burbujas artificiales que han podido surgir en otros ámbitos. En el año 2019, en Donostia se publicaron 2.297 artículos científicos, más de un tercio de los publicados en toda la Comunidad Autónoma Vasca. Pero no es solo una cuestión de cantidad sino también de calidad. Muchos de los científicos ubicados en San Sebastián publican en las revistas científicas más prestigiosas en sus respectivos campos y colaboran, codo con codo, con los mejores especialistas mundiales. Fuera de nuestra ciudad, en el mundo científico, Donostia llama la atención.
En el desarrollo de un sistema científico son vitales las políticas a largo plazo, un apoyo constante y sostenido en el tiempo. Afortunadamente, en nuestro entorno, la política científica se ha mantenido al margen de las tensiones entre partidos y ha existido un convencimiento general por parte de los responsables institucionales de que, al igual que la educación, la sanidad o la cultura, la ciencia es un elemento esencial en nuestra sociedad, una herramienta irremplazable para la construcción de nuestro futuro individual y colectivo. Un claro ejemplo de ello es el programa Ikerbasque, impulsado por el Departamento de Educación del Gobierno Vasco, que atrae, recupera y retiene investigadores y que se ha convertido ya en un buque insignia de la política científica vasca. No es casual tampoco que la ciencia y el conocimiento estén presentes incluso en la política municipal y sean protagonistas de uno de los ejes del Plan Estratégico de Donostia / San Sebastián.
Destruir, sin embargo, es mucho más fácil que construir. Como sociedad, uno de los mayores riesgos que corremos es el de dar por garantizados determinados aspectos de nuestra vida que no son sino resultado de muchas décadas de esfuerzo. Hay innumerables ejemplos de ello, pero menciono aquí dos esenciales: sanidad y educación públicas. La creación de un sistema científico de calidad es un tercer ejemplo. Exige un proceso largo, paciente en su construcción, pero es muy fácil de derribar. Una metáfora habitual para explicarlo es la de una etapa de montaña en ciclismo. Por mucho que el ciclista esté bien colocado en el grupo de cabeza al subir el puerto, un simple pinchazo puede hacerle perder no solo la etapa sino muchos puestos en la clasificación general. Es una imagen válida para comprender el cuidado que requiere la evolución del sistema científico, que no puede permitirse pinchazos.
El progreso económico y las nuevas tecnologías son quizás las consecuencias más visibles o llamativas de los avances científicos, pero la ciencia es una herramienta cuyo valor cultural va mucho más allá de estos aspectos. La presencia de miles de científicos y científicas en Donostia contribuye a facilitar el diálogo entre ciencia y sociedad y a generar en la ciudad un clima de pensamiento crítico, libertad intelectual y tolerancia. Una ciudadanía formada científicamente, interesada en el constante progreso del conocimiento y concienciada para un uso responsable de la tecnología es una ciudadanía más reflexiva, más libre y con mayor capacidad para tomar decisiones. Vivimos momentos difíciles en los que afrontamos problemas muy complejos, para los que a menudo se proponen públicamente soluciones simplistas, atractivas al oído, pero por desgracia erróneas. Más allá del conocimiento particular de los últimos descubrimientos en cosmología, genética o neurología, necesitamos una ciudadanía que comprenda, interiorice y asuma como propios los métodos, los objetivos y también las limitaciones de la investigación científica para combatir de esta manera los dañinos populismos y cimentar discusiones informadas.
Este año 2020, entre todos los anuncios cinematográficos que acompañan el paseo al lado del Urumea, hay uno dedicado a las sesiones escolares del Festival de Cine, llenas de energía, que habitualmente se celebraban en el Velódromo y que muchos donostiarras recuerdan de su infancia. En esta ocasión, como consecuencia de la pandemia, se han tenido que trasladar a las aulas de los colegios participantes. Desde el año pasado, estas sesiones las organiza el Zinemaldia en colaboración con el DIPC y la Filmoteca Vasca, con la intención de combinar las emociones que produce el cine con la fascinación que produce la ciencia. El cartel de este año, además de incluir una foto alusiva a la película que se proyectará este año, “Harrapatu bandera”, dice así: “Donostia, ciudad de cine, ciudad de ciencia”. De lo primero somos muy conscientes desde hace muchos años. De lo segundo deberíamos empezar a ser conscientes ya.
Ricardo Díez Muiño
Director del Donostia International Physics Center (DIPC)
Investigador Científico en el Centro de Física de Materiales CSIC-UPV/EHU
Fuentes estadísticas: Instituto de Estadística de la Unesco, Eustat, Oficina de Estrategia del Ayuntamiento de Donostia / San Sebastián, Ikerbasque.
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